El sonido de la puerta cerrándose de golpe fue como un disparo en la oscuridad. Alex saltó levemente y se encogió. Sintió un vacío en la cabeza, su respiración rápida y superficial cuando él miró fijo la puerta incrédulo. No. Joshua había simplemente caminado pasando de él, aquel enfado, las palabras llenas de odio saliendo de sus labios perfectos.
Alex era un cobarde, él estaba demasiado involucrado en lo que cada uno pensaba decir de él, fuera de la posibilidad de que él deba sólo buscar algo más, algo fuera de la burbuja en que había vivido su vida entera, algo que valiera el riesgo. La jodida cosa era, él había encontrado ese algo, lo había encontrado en Joshua y ahora, ahora Joshua se había ido.
Entonces él lo vió, a medio camino calle abajo, los hombros de Joshua encorvados contra el viento helador, sus pasos rápidos y determinados. El corazón de Alex se encogió y echó a correr tras él, el aliento resoplando fuera en neblinosas nubes cuando él trotaba bajando por la acera esquivando los peatones ocasionales y casi cayendo sobre su trasero, una vez, cuando pisó un parche de hielo. Parecía que había pasado una vida antes de alcanzar a Joshua, pero finalmente lo hizo, una mano agarró el brazo de Joshua y tiró de él girándolo.
— Yo te amo— estas tres palabras, tan simples pero tan profundas, nunca las había dicho a nadie pero Joshua y Alex sabían que Joshua entendió el significado de ellas. Joshua no dudaba que Alex lo amara. Sólo dudaba que lo amara suficiente.
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